miércoles, 29 de agosto de 2012

Quieres y ansias atrapar la felicidad.

"Existimos mientras alguien nos recuerda". 
No tienes ni idea de dónde has escuchado eso. De repente piensas que es la primera vez que oyes esto, y te preguntas si en realidad existes, si alguien te recuerda o si fuiste tú el que con el poder de eliminar los recuerdos de las personas borraste cada uno de los baúles almacenados en la memoria de los que pensabas que realmente te querían. Esto te lleva a pensar si alguien te quiere, y te dices: "Los que me aman de verdad se pueden contar con los dedos de la mano izquierda".
Te llegas a plantear si esas personas se preocupan, o si detrás de esas sonrisas que recibes hay rencor, o mentiras. 
Llegas a pensar que los "¿qué tal estás? " son simplemente para complementar una maldita conversación sin importancia. Quién te iba a decir a ti que esa pregunta se convirtiese en algo tan cotidiano ... 
Piensas y te das cuenta de que a nadie le importa cómo estás, o cómo te sientes. Simplemente se acercan a preguntarte por pura cortesía. 
Por fin abres los ojos y te das cuenta de que la gente de tu alrededor lleva máscaras, y que si alguna vez se las quitan, te llevarías un susto de esos que te quitan el hipo. 
Te sientas en un banco, sólo. Te sientes hundido planteándote estas preguntas: "¿Te importo? ¿De verdad me quieres? ¿Quieres saber lo que realmente siento?". 
Quieres saber las respuestas, pero ya te lo digo yo, nadie se acercará al banco para darte respuestas. Tendrás que ser tú el que se busque la vida y contestes a tus propias dudas, porque ahora definitivamente eres una gota en medio del océano. A nadie le importas. 
Finges estar alegre para complacer la felicidad de otros; pero no sabes, o finges no saber que eso te está quemando, matando. Podría decirse que actúas como un completo idiota cuando te preocupas por lo demás  sabiendo que tal vez ellos -sí esa gente que solías conocer, pero que  ahora ya te parecen unos desconocidos- jamás te van a ayudar. 
Y aquí aparece una pregunta: ¿Por qué estoy pensando en esto? Y tú solo te contestas: Porque estoy cansado, harto de esconder estas preguntas
Tal vez el problema es que tienes un nudo en la garganta y eso te impide hablar, por eso no te atreves a formularle las preguntas a esas personas que quieres. Un día ese nudo se hará tan grande que explotará, y allí estaré yo, para responderte y decirte que yo también me había sentido así. 
Tu cabeza está llena de porqués, y estás jodido, nadie te ayuda. Evitas la lágrimas porque te crees que eres valiente, pero tarde o temprano también llorarás; ya que los gigantes también se caen, aunque no te lo creas.
Siento decirte esto, pero al igual que yo, vives en un mundo de engaños y mentiras. Prefieres esconderlos porque al igual que yo quieres y ansias atrapar la felicidad.  







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jueves, 19 de julio de 2012


Andrew, un chico normal y corriente caminaba por la arena de la playa.  Concentrado en cada paso que daba, Andrew no prestaba atención a las gaviotas que volaban en el cielo anaranjado del atardecer. Sus ojos verdes estaban apagados,  el color de su tez se había aclarado; era tan blanca que parecía ser un muñeco hecho de papel. Caminaba mirando al suelo, ignorando al viento que le azotaba pequeñas corrientes de aire en la cara. Cuando estaba desanimado y triste, la playa era el mejor lugar al que podía acudir. El olor a sal le tranquilizaba, el horizonte infinito que se veía desde el acantilado hacía que se sintiera poderoso, hacía que se imaginase que él era el rey del mar. Una vez más, estaba allí para aislarse del mundo, pero esta vez algo iba mal, algo raro recorría el cerebro de Andrew, algo que le molestaba y que seguro iba a eliminar de su cruel realidad. 
Subió al acantilado sin expresión ninguna en la cara, era un fantasma deambulando por un mundo de extraños. Agradecía aquel silencio, agradecía esa paz del mar, agradecía estar solo. Cerró los ojos y sus recuerdos se posaron sobre su cabeza. Aquellas imágenes de las peores horas de su vida hacían que las lágrimas formaran un charco sobre el suelo. Se acercó al borde del acantilado, y a continuación se arrodilló y levantó sus manos como símbolo de perdón. Se sentó sobre aquella arena rojiza y se dijo a sí mismo que jamás volvería a ser feliz. 



Andrew siempre había sido un cobarde. Nunca podía enfrentarse a los más fuertes, a las situaciones más complicadas, ni tampoco a las decisiones correctas y difíciles. 
Huía, corría, lloraba, y siempre paraba en los brazos de su madre. Una parte de su infancia la pasó así, pero los años no le hicieron cambiar de actitud. Seguía siendo el mismo: el delgaducho, cobarde Andrew. Su padre, un hombre robusto y fuerte odiaba ver a su hijo llorar por estupideces. Un día se acercó a su hijo y le dijo que él le iba a entrenar para que cuando le pegasen, él pudiera reaccionar de una manera correcta. Le enseñó cómo pegar puñetazos y patadas, pero Andrew jamás había pegado a los chicos que en un cierto tiempo le habían pegado en el colegio.  Los chicos le pegaban porque era un “rarito”, no era como ellos. Andrew no era como los demás, él cuidaba de su madre, quien perdió la vista por la culpa de un  incendio en la casa donde trabajaba. Su madre disfrutaba su tiempo junto a Andrew, pasaban las horas hablando, paseando y de vez en cuando, Andrew se atrevía a tocar una melodía con la guitarra que hacía que su madre se quedara sin palabras. Un día, cuando Andrew volvió a casa, no encontró a su madre por ningún lado. Salió a buscarla al pueblo, pero no había rastro de ella. ¡Estaba ciega, por dios! Ese pensamiento hizo que Andrew se detuviese a pensar que a su madre la habían raptado. Corrió hacia su casa y entró a su habitación llorando. Correr no le servía de nada; gritar su nombre, tampoco. 
Alguien abrió la puerta de la habitación de Andrew, era su madre. Corrió a abrazarla y lloró en su hombro. Su madre le dijo que había ido a dar un paseo con su padre. Sus palabras estaban arrastradas por la agonía de no poder ver a su hijo, lo que hizo que Andrew  llorase aún más. “Todo irá bien” fue lo que se pudo entender bien de la boca de su madre, ya que esa frase lo dijo con firmeza. Andrew no entendía nada, pero tan solo asintió. 
Por la noche, el padre de Andrew entró a su habitación y le contó qué había sucedido. Su padre le contó que su madre le pidió que fuesen a dar un paseo. Mientras que caminaban, su madre le dijo que cuidase bien de Andrew, porque algún día, ella desparecería. Le dijo que estaba cansada de no poder ver nada, estaba cansada de pretender que todo iba bien cuando en realidad nada lo estaba. Ella quería recuperar la vista, quería ver cómo Andrew crecía, quería ver el mar, quería ver su rostro reflejado en un espejo… Desgraciadamente, ella sabía que eso era imposible, y que por lo tanto, ¿para qué molestarse en vivir cuando no se sentía feliz con ella misma? Andrew pensó en su madre, en su vejez, en lo cruel que fue para ella perder la vista. Su padre intentó abrazarle, pero Andrew lo rechazó y se metió en la cama para dormir. Tenía que ser fuerte, tenía que, por primera vez, enfrentarse a las adversidades de su vida. 


Los meses pasaban y el duro invierno llegó a Andrew. En esta época del año, su madre cayó enferma y su hora de irse al paraíso la capturaba para llevársela, pero Andrew no lo permitía, él giraba las agujas del reloj de la vida de su madre; pero eso no solucionaba su enfermedad. Andrew encontró un refugio en la música, y la guitarra siempre estaba allí cuando más solo estaba. Poco a poco, el pobre e indefenso Andrew se fortaleció de energía, y se olvidó de sus preocupaciones y empezó a abrirse al mundo. 
Un día frío y nublado, mientras que componía una canción, Andrew se encontró con el frasco de medicina sin gastar. Se asustó y reaccionó con pánico. El miedo provocó enfado hacia esa maldita medicina que su madre debía de tomar. Bajó corriendo las escaleras y con lágrimas en los ojos llevó el frasco hacia su madre. 
-Dime, ¿por qué eres tan egoísta? ¿Por qué no te tomas las medicinas? ¿Por qué quieres irte ya de aquí? ¿Por qué quieres abandonarnos? 
-Andrew … Hijo mío…
La voz de su madre se quebraba, y Andrew no podía contener su enfado. 
-¿Hijo mío? Si te vas ya no seré hijo tuyo. 
-No te puedo ver, no puedo ver cómo creces, no puedo hacer nada, sólo os causo molestias. 
-¡¿Y por qué quieres verme?! Sigo siendo el mismo, mamá. No he cambiado- gritó Andrew. 
-Ya se que sigues siendo el mismo, pero Andrew yo ya no puedo soportar esto más, compréndeme. ¡Estoy ciega, y además enferma! 
-Si no pensaras en morirte, no estarías enferma. 
Andrew lloró y su madre no se movió.
-Lucha, mamá. Lucha por tu vida y por la mía. Por favor, no te vayas. Yo te quiero, te necesito mirar, escuchar y si tu no estás mi esperanza se pierde. He intentado ser fuerte, deshacerme de las preocupaciones cuando te veo sola, he intentado ser valiente y aferrarme a algo. Y ese algo has sido tú. He luchado por aferrarme a una cosa que se  marchitaba, he intentado olvidar tu ceguera y pensar que realmente me veías, he intentado todo para convencerte. 
-Andrew … El problema es que el médico me ha dicho que no hay cura para mi enfermedad. 
Andrew estaba asustado, ahora sabía que iba a perder a su madre. 
-Tú no me quieres, deseas morir sin luchar por tu vida.  Te intentas convencer de que estamos mejor sin ti sabiendo tú misma que no es verdad. Te haces daño y también nos haces daño, a mi y papá.  Y ahora, por favor, tómate la medicina. 
Se acercó a su madre y le dio el frasco. Sin expresión ninguna, su madre se tomó la medicina y luego se quedó dormida en la mecedora donde estaba sentada. 
En aquel instante, se preguntó si él iba a ser tan cobarde como su madre. 


Un día soleado de primavera, Andrew y su madre fueron a dar un paseo por la playa. Su madre sonreía y su hijo estaba feliz por ella. El tiempo se agotaba y debían de agotar cada sonrisa de su boca antes de que fuera tarde. 
Andrew se sentó en la arena mientras que veía a su madre caminar por la orilla haciendo que el agua salada tocara sus pies. El viento hizo danzar su largo cabello y mientras que con sus pequeños pasos avanzaba su recorrido por la orilla, pisó una concha. Se agachó y con sus suaves manos la cogió y se la llevó a su oreja para oír el sonido del mar.  Todo era tan bonito, tan real … 
Andrew la miraba admirando sus gestos, miraba con curiosidad a su madre cuando ella se puso la concha de mar en la oreja y le susurraba cosas que él no podía oír. 
Andrew se levantó y se acercó a su madre. Cuando estaba a escasos metros para decirla que ya era hora de irse a casa, su madre se cayó al suelo. Se desplomó suavemente; primero sus rodillas golpearon la arena sosteniendo todo la masa de su cuerpo y luego se llevó la concha de mar a su pecho y se cayó hacia delante, haciendo que el agua de la playa mojara su cara. El paisaje de la playa, el acantilado y el mar se borró de sus ojos y tan solo pudo ver cómo los ojos abiertos verdes de su madre se iban apagando poco a poco. Andrew lloró como jamás había llorado antes. Cogió la mano de su madre y se la llevó a sus mejillas. El tacto y el calor que transmitían sus manos hacía que Andrew no la echara de menos, porque en aquel momento y siempre la iba a echar de menos. 

Se tumbó sobre la arena junto a su madre y cerró los ojos. Volvió a coger la cálida mano de aquella única mujer que le había querido de verdad y se la llevó a su pecho. 
-¿Escuchas estos latidos? Los escuchas, ¿verdad?- Susurró al oído de su madre-. Estos son tus latidos. Sé que todavía me estás oyendo y que aunque tu cuerpo ya no esté aquí conmigo, tu alma me escucha y sé que aún; en mi corazón, en estos latidos, sigues viviendo … 
Hizo una pausa breve para luego apoyar su cabeza sobre su pecho y decir las  palabras que en aquel momento no recordaba habérselas dicho nunca: 
“Te quiero”. 





Dos años después: 


Sigo siendo un maldito cobarde. Me es imposible deshacerme de su muerte. A veces me pregunto si soy yo el culpable de su desgracia … 
Me siento más solo que nunca, y la soledad de esta casa es más visible cuando mi padre viene de trabajar y se sienta en una butaca para luego pasarse toda la noche ahogando sus penas con alcohol. Me pregunto si puedo curarle, pero es ver sus ojos rojos manchados por el cansancio y plantearme si en realidad puedo ayudar. 
Aún recuerdo cuando subí al acantilado y me planteé suicidarme para encontrarme con mi madre, pero entonces pensé en la única persona que todavía me quería: mi padre. 
No sé si podré sobrevivir a esta pesadilla llamada vida, pero lo único que sé es que debo ayudar a mi padre a ser feliz, no quiero perder a más personas. 
No sé si podré cumplir con mi misión de estar contento, pero siempre podré decir que lo he intentado. Puede que ya no sea tan cobarde … 



domingo, 15 de abril de 2012

Capítulo 24: No tengo miedo.

Le pedí a Jack que se quedara esa noche conmigo. Las luces estaban apagadas cuando abrí la puerta. Me senté en el sofá y encontré una nota sobre el piano de pared que había en el salón. “He ido al hospital a visitar a Sofía, nuestra vecina. Debby está conmigo
Genial. Sola en casa, con Jack.
-¿Tu abuela no está en casa?-Preguntó ocultándome una sonrisa.
-No, estamos solos- dije acercándome a él.
Me cogió de la cintura y me atrajo hacia su cuerpo. Me sentía segura cuando le abrazaba y ninguna cosa podía interrumpir aquel momento, o bueno, eso era lo que pensaba. El móvil de Jack sonó y lo sacó de su bolsillo. No contestó pero su cara de sorpresa marcaba el final de la noche, de nuestra noche.
-Liza …
Le miré con ira en los ojos y enseguida vi quién lo había llamado. El nombre de la persona empezaba por “M”. Madeleine. Seguro que era ella, seguro. ¿Qué demonios hacía ella llamando a Jack a las once de la noche? Claro, ella todavía era su novia. Enseguida todo volvió a ser como debió de ser desde el principio. Jack y yo distanciados.
-Es Madeleine ¿verdad?- me atreví a preguntar.
-Si … Pero escucha, Liza, esto no termina aquí , mañana te volveré a ver. Además, es muy tarde y debes de descansar.
-¿Te vas con Madeleine? Dime por qué te ha llamado.
-No me voy con Madeleine, me voy a casa. No sé por qué me ha llamado y sinceramente no quiero estar con ella. Quiero estar … contigo.
-¡Pues quédate aquí!- dije apartándolo de mí.
Se quedó callado durante unos minutos y su silencio me partía en dos. Quería gritar quería decirle que era un idiota, quería decirle que no le quería volver a ver jamás, pero no era lo que sentía; al contrario, quería verle todos los días, quería abrazarle, quería compartir más noches con él … Pero me sentía como una muñeca utilizada, él me estaba utilizando en su juego de señoritas, y eso no me gustaba.
-¡Vete! Eres un mentiroso ¡Lárgate, Jack!- Le empujé hasta la puerta pero su cuerpo era demasiado pesado y fuerte para mí. Se resistió a dar un paso, y enseguida cogió mis mejillas con sus manos y me alzó hacia sus labios. Lo odiaba por hacerme eso, pero en realidad, me gustaba aquel momento.
Abracé a Jack antes de que se fuese y luego, le dejé marchar. Mañana le iba a volver otra vez, o eso esperaba.


Subí a mi habitación y justo cuando iba a dormirme, alguien llamaba al teléfono. Bajé al salón y descolgué el auricular, oí un ruido extraño desde el otro lado de la llamada:
-¿Hola?- dije susurrando.
-Tengo las respuestas a tus preguntas- dijo una voz femenina que me resultaba bastante familiar.
-¿Quién eres? ¿Cómo has conseguido este número de teléfono?
Nuestro teléfono llevaba en casa desde que mi abuela la compró. Sí, era un poco vieja, pero aún así funcionaba, no teníamos problemas, y de hecho nunca habíamos cambiado de teléfono, por lo tanto el número seguía siendo el mismo. La mujer que llamó podría ser alguna amiga de la señora Marshall, pero esa opción la descarté, ya que yo no conocía ninguna de las amigas de mi abuela, y su voz me resultaba muy cercana.
-Eso es lo de menos. Sabes dónde encontrarme, si quieres saber la verdad de una vez por todas, ven a verme.
Me estremecí al oírlo. Mi cerebro estaba bloqueado y no podía pensar, por lo tanto no me quedaba más remedio que descubrir el misterio por mí misma.
-¿Adónde voy?- pregunté.
Una frágil risa surgió de su boca y enseguida me respondió:
-Adéntrate en las calles más oscuras y peligrosas de Darkness y me encontrarás.
-¿Esa es la única pista que me das?- pregunté alterada.
Casi no podía coger el auricular y sentía que el corazón me empezaba a latir más rápido. No. Otra vez no. “Tranquila, Liza; esto no está pasando, es un sueño. ¡Despierta! ¡Despierta!” Ahogué un grito y noté como el dolor de cabeza era aún más visible, era como si alguien me estuviese aplastando el cerebro. La tranquilidad en aquel momento no funcionaba. Ese dolor era insoportable, empecé a soltar pequeños gritos hasta que pude pronunciar unas palabras que se pudiesen entender.
-No te vayas, espérame allí. Prométemelo.
-Te lo prometo, pero cuando sean las doce y media ya no me encontrarás, y más te vale llegar pronto si quieres saber toda la verdad y si no llegas lárgate del lugar en el que estés. Por la noche, en las calles peligrosas de Darkness nadie tiene piedad de nadie. La primera vez que fuiste a esas calles, estaba a punto de oscurecer pero tuviste tiempo de huir de los Victoriosos que andaban por allí.
-¡Yo nunca he estado allí! ¡Yo nunca he estado en esas calles!- grité con lágrimas en los ojos.
-Oh Liza, no llores- dijo con una voz dulce.
-No estoy llorando- dije controlando mis emociones. No quería que supiese que tenía miedo de ella.
-Está bien, está bien- Su risa la odiaba. Esa risa maliciosa de víbora me tentaba a imaginármela muerta, descuartizada, cubierta de sangre después de que la acuchillase-. Liza, controla tus pensamientos. En realidad soy una buena persona- dijo otra vez con una risilla de por medio.
-No me puedo creer que no recuerdes la primera vez que me visitaste- dijo esta vez un poco seria.
-¡No te conozco! ¿vale?- dije.
-¡Ay, Liza! Oh mi querida, Liza. Qué pena que tu memoria te falle en estos momentos.
-Mi memoria funciona perfectamente- El reloj marcaban las once y veinticinco, tenía suficiente tiempo para acabar con esto-. ¿Y dónde nos encontraremos?
Esta vez no era una risa, sino una carcajada que hacía que me mordiese el labio inferior para ahorrarme insultos innecesarios.
-Me tienes que encontrar, Liza. Es cómo el escondite- No me gustaban sus bromas, se estaba pasando de listilla.
-Está bien. Pues te veré donde sea, en las calles peligrosas de Darkness.
La mujer colgó el teléfono y me quedé pensativa durante treinta segundos. Miré mi reloj de muñeca y eran las once y veintisiete. Corrí a mi habitación y cogí mi chaqueta, llevaba tanta prisa que nadie podía pararme. En efecto nadie podía pararme, pero algo hizo que me parase. Me acerqué a mi mesilla de noche y encontré una tarjeta amarilla con letras doradas indicando una dirección de una tienda:
Brigitte Lambur C/ Estella Negra nº 2
“Vestidos Vivos, con vida”.

Me quedé helada. ¿Por qué había encontrado aquella tarjeta justo en aquel momento? ¿Era una señal? ¿Era de Brigitte Lambur la llamada que recibí? Mi cabeza estaba en blanco, no recordaba a aquella mujer, y por más que ordenaba a mi cerebro recordar por lo menos de dónde había cogido esa tarjeta, no mandaba ninguna señal de haberlo guardado en mi memoria. Sudaba, y la cabeza me daba vueltas, y justo cuando iba a dar un paso hacia la puerta me desplomé contra el suelo.
Eran las doce menos veinticinco.



Tardé media hora en poder abrir los ojos. Todavía me sentía mareada, pero pude levantarme del suelo. Salí a la calle a las doce y cinco de la madrugada. Llevaba puesto mi abrigo azul marino que me aislaba del frío que hacía. Sabía que iba a tardar un buen rato en llegar a la calle Estrella Negra, pero debía de estar por lo menos en frente de la puerta de la tienda. Sí. Iba a ir a esa calle. ¿Por qué? A pesar de que mi cerebro casi no hacía caso de lo que yo le ordenaba, podía hacer un plan esquematizado sobre lo que debía de hacer. La calle Estrella Negra estaba en los suburbios de Darkness. Te podías encontrar a vagabundos, a delincuentes, a mafiosos y sobretodo a gente que quería sacar su lado más mezquino. Sí, la mayoría de los Victoriosos se dedicaban a atraer a sus presas hasta esas calles para luego matarlos. Esa calle era muy peligrosa por la noche, y menos si no eras un Victorioso. Tenía en cuenta que estaba haciendo una locura, pero quería saber quién era aquella mujer, y sobre todo si era verdad que podía contestar a todas mis preguntas. Si aquella mujer fuera aquella voz que apareció en mis sueños, me podría contar cómo había muerto mi madre, o por qué no quería volver al mundo de los vivos, o por qué esa voz que me habló estaba tan obsesionada con mi alma.
No me tragué eso de que quisiese vivir eternamente, lo que quería era … matarme, y no sabía qué había hecho para que ella quisiese apoderarse de mi alma, además si de verdad quería mi alma, debía de conocerme, es decir; debía de ser alguien cercano a mí.
¿Por qué piensas eso, Liza? A lo mejor es verdad que tu alma tiene ese poder de vivir eternamente.” Me decía a mí misma. Sí, podía ser verdad. Esas dos opciones estaban en mi mano, pero tan solo una podía estar en mi mano, la otra quedaría descartada; pero para que esa quedara descartada, tenía que saber por qué, y por eso estaba caminando hacia las calles peligrosas de Darkness, para por fin, acabar con todo. Estaba cansada de tanto misterio, y por una vez en mi vida me atreví a enfrentarme a algo que me daba miedo, porque realmente lo que estaba haciendo me daba miedo, pero tenía que demostrarle a aquella mujer que sus risas no me aterrorizaban, y que allí estaba, andando para enfrentarme a sus palabras.

Ariana me llamaba al móvil. “No contestes.” me decía una voz.
¡Era la voz de aquella mujer! No me lo podía creer, ¿me estaba siguiendo? ¿Desde dónde podía verme? Solamente para molestarla, contesté a la llamada.
-¿Liza?- dijo Ariana.
-Hola, Ariana.
-¿Eras tú la que caminaba por la calle con un abrigo azul marino? Sí es así, te he visto desde la ventana de mi habitación. Sí, Liza, eso quiere decir que no me puedes mentir, ¿qué haces caminando por la calle ahora, a las doce y cuarto de la madrugada?
-Vale, Ariana, tranquila- Hice una pausa para convencerla de que no estaba en la calle-. A ver, no es que desconfíe de tus ojos, pero, ahora mismo estoy en casa.
-Oh, ¿enserio? ¿Y cómo es que tu abuela me acaba de llamar para preguntarme dónde estabas? Liza, tu trola no ha funcionado.
-¿Qué? ¿Qué la señora Marshall te ha llamado para preguntarte dónde estaba?
-Sí- contestó rápidamente.
-Mierda, Ariana. Joder, ¡no puede ser!
-Sí puede ser porque, de hecho llamó a la policía para buscarte. ¿Ahora serás capaz de decirme por qué estás en la calle? ¿O continuamos con este juego?
-¿Juego? ¿Cómo que juego?- Tardé un poco en darme cuenta de que podía estar mintiéndome-. Era una mentira, ¿verdad Ariana?
-No se sabe. ¿Dónde vas? Lo digo enserio, Liza, ¿dónde vas?- me preguntó seria.
Nos quedamos calladas mientras que yo, poco a poco podía ver cómo me alejaba del centro de Darkness. Las calles estaban desiertas, y tan solo las luces de las farolas podían hacer que viese algo. Las tiendas estaban cerradas, y poco a poco la luz potente de las farolas se sustituyó por una tenue luz del cartel de una gasolinera abandonada. Me encontraba en la carretera que cortaba el centro con los diferentes distritos. Algunos coches pasaban por allí, y yo era la única persona viva que estaba parada contemplando la gasolinera. Un día alguien me dijo que a partir de aquella gasolinera se podían ver ya las casas deterioradas de los suburbios. Y era verdad, aquella persona que no conseguí recordar quién era tenía razón. Ya podía ver esas pequeñas luces en las ventanas.
-Está bien, mira, estoy saliendo de casa con Alex. Creo que ya sé dónde estás. ¿En una carretera tal vez?
-Sí- No tenía más remedio que contestar.
-Está bien, si no me das más pistas no podré ayudarte.
-¿Ayudarme?
-Sí, Liza. Sé que pretendes algo; y ese algo debe de ser algo serio y muy importante, y a la vez peligroso, porque te conozco, y sinceramente, no eres tan valiente para enfrentarte a la noche de Darkness, y no lo digo para enfadarte, es la verdad y tú lo sabes. Pero ¿sabes qué? Lo que te lleva a hacer esto es tu orgullo, te da igual si sale bien o mal, tú quieres demostrar que eres valiente y eso es … raro. Además cuando mientes es porque no quieres meter a la gente en tus asuntos, pero a mí si me dejarás, y aunque no me dejaras estaría ya metida en ese asunto.
-Muy bien, Ariana. Me acabas de describir perfectamente. Ahora, haz el favor de irte a dormir.
-¡No Liza, no! ¡Basta! ¿Dónde estás? Alex y yo vamos contigo.
Se me escaparon unas lágrimas. No me gustaba esto, pero Ariana era muy cabezota. Quería ayudarme, querían ayudarme; Alex y ella eran las únicas que estaban allí cuando más sola me sentía, y tal vez por eso estaba sollozando, porque no era fuerte, ni valiente, pero tenía amigas que me podían ayudar a superar el miedo que tenía.
Por un momento dudé en decirle la dirección a Ariana, pero sabía que ella me iba a obligar a abrir la boca, así que las tres ya estábamos metidas en el misterio.
-¿Conoces la gasolinera abandonada que está en la carretera que conecta con las afueras de la ciudad?
-Sí … ¿Qué estás haciendo allí?
-Cuando vengas te lo contaré. Coge un coche y vuela-. Miré mi reloj y eran las doce y veinticinco-. Tenéis cinco minutos.
Colgué la llamada y oí una voz susurrándome al oído: “No deberías de hacer hecho esto, pero cuánta más gente, mejor.”
Sabía que iba a llegar tarde, pero también sabía que la mujer estaba segura de que iba a ir, y por lo tanto me estaba esperando en alguna calle. ¿Podía saber ella también que Alex y Ariana me iban a acompañar? Los árboles del bosque cerca del puente de la Valentía danzaban al ritmo del viento.
Sonreí. Por primera vez la adrenalina corría por mis venas, por primera vez la oscuridad de la noche no me daba miedo. Iba a acabar con todo esto.






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¡Esto no es el final!

La aventura no ha hecho más que empezar ;)
Liza mete a sus amigas (Alex y Ariana) en una movida muy, muy, muy movida.
No tardaré tanto en publicar. ¿Por qué? Porque esto se está poniendo interesante y creo que
no soy la única que lo piensa Yehehehehehehehe.

Un beso y como siempre daros las gracias por leerme ;)

sábado, 17 de marzo de 2012

Capítulo 23: Como si fuera un sueño ...

Bajé lentamente las escaleras. Parecía que Debby ya había vuelto, pero como siempre, tenía que abrir yo la puerta. Jack vestía unos pantalones negros y una sudadera blanca. Me observó de arriba abajo y luego me sonrió.
-Lo siento… No me ha dado tiempo a cambiarme de ropa- dije mordiéndome el labio inferior.
Ignoró lo que había dicho y me dijo:
-Hola, Liza.
Sonreí y no supe que hacer en aquel momento.
-¿Dónde me llevas hoy?
-Es una sorpresa, pero te va a encantar, tan sólo puedo decir eso.
Sonreí y me dirigí hacia él. Su frente quedó pegada a la mía, y tan sólo unos escasos centímetros separaban nuestros labios. Podía sentir su respiración. No estaba nervioso, yo tampoco, para ser sincera.
Me cogió de la mano y me llevó a su coche. En aquel momento no me apetecía hacer nada, quería seguir durmiendo, quería volver a ver a aquella mujer.
-Escucha Jack, tú estás con Madeleine, no deberías hacer esto- No supe por qué había dicho. Debía de reconocer que le quería, pero el amor no se podía sembrar en aquel momento.
-Tan sólo te estoy invitando a ir a un lugar que te gustará… Nada más- me contestó medio sonriendo.
-Está bien, vamos.
No sabía como conseguía convencerme, eso era lo que más me molestaba.
Tardamos una hora en llegar al “Bosque Dorado”. Nunca había estado allí, ya que no estaba en Darkness, pero había oído que era un lugar muy bonito. Se llamaba así el bosque porque en otoño las hojas de los árboles caduca tornaban su color a un tono ocre, lo que por así decirlo, aportaba un color dorado al paisaje. Pero esa no era nuestro destino, no, Jack quería ir más lejos. Subimos a la cima de una montaña. La tierra era fértil, una fina capa de vegetales cubrían el suelo, pero lo que más destacaba en aquel paisaje era un roble cuyas ramas y hojas hacían que su copa fuera grande y que sus hojas llegasen casi a tocar el suelo. Sólo me bastaba saltar para poder tocar una de las hojas. El paisaje era precioso, y si te acercabas al borde de la cima podías sentir que volabas. Jack estaba sentando en el borde de la cima y yo me senté junto a él.
-Es bonito este lugar- dije mirando al cielo estrellado.
-Si, mira si te tumbas puedes casi tocar el cielo- me dijo mientras se tumbaba.
Hice lo mismo y me tumbé. Jack miraba el cielo con nostalgia y sus ojos brillaban. Me cogió la mano y la apretó con fuerza.
-Hacía tiempo que no me sentía así de bien- dijo con una sonrisa.
-¿A qué te refieres?
-A ti. A como estamos ahora. Liza, tú eres diferente… Y aunque no te lo creas, yo te quiero.
Se giró para verme la cara y me acarició la mejilla izquierda. Los ojos de Jack me miraban y yo en aquel momento no sabía qué hacer, quería que todo ocurriese de manera no forzada, y así fue. Besé a Jack en los labios. El tiempo se paralizó durante unas cuantas horas, disfruté de cada risa, de cada mirada. Él y yo, en la cima de una montaña, haciendo pretender que lo que estábamos intentando crear era posible. Fueron las horas más maravillosas de mi vida. En aquel momento me dí cuenta de que le amaba… Y que aunque las estrellas nos estuvieran viendo, sabíamos que aquella noche iba a ser un secreto entre los dos; a partir de aquel momento, no podría evitar sacar una sonrisa de mi boca al cruzarme con Jack.

sábado, 3 de marzo de 2012

Capítulo 22: ¿Creer o no creer?

Salí de la biblioteca y volví a casa. Eran las tres y media cuando llegué a abrir la puerta de mi habitación y pude derrumbarme sobre la cama. Cansancio, eso es lo que sentía. Cansancio de todo, no quería volver a meterme en ningún otro lío. La imágenes de aquella mujer con rostro apenado, se cruzaron por mi mente. Entonces pensé en la mancha de sangre que había justo en el nombre de mi hermana y luego los focos … Mi respiración se aceleraba y un “No puede ser” se asomaba por mi boca. La persona que había matado a aquella mujer quería matar a Debby. ¿Por qué? No lo sabía. Cerré los ojos con fuerza e intenté olvidar aquel pensamiento. No volví a abrir los ojos. Entré en un profundo sueño …

Estaba en la tienda de aquella mujer que me ayudó a salvar a Ariana y a Alex. Podía ver su rostro. Manos llenas de cicatrices, y lo que más destacaba en su cara: la verruga. Estaba en la escena donde me pidió que debía de firmar con sangre un papel. Entonces vi cómo una pequeña gota de sangre salpicaba sobre el papel. Poco a poco esa pequeña gota se hacía más grande hasta extenderse por toda la superficie del folio. La mujer me sonreía con pena y luego había entendido que me había dicho que no debía de haber acudido a ella. Recuerdo que eso no había ocurrido de verdad, ella no me había dicho eso cuando estuve allí, pero parecía que me lo estaba diciendo realmente en aquel momento.
-Tu madre te echa de menos- me dijo.
Ahora todo era oscuro, las calles, la tienda, todo era oscuro. No podía verla, pero la sentía cerca. Sus palabras repicaban en mis oídos y entonces me estremecí al oír decirla eso sobre mi madre.
-Tu madre era una buena mujer, pero tenía demasiados enemigos- continúo diciendo-. De hecho, intenté ayudarla pero rechazó mi ayuda, y entonces fue cuando recordé lo mucho que la odiaba. Imagino que no sabes cómo murió.
-No- susurré.
Oí una pequeña risa surgir de su boca.
-Eso está bien, de hecho, no deberías de saberlo. Ahora escúchame Liza, imagino que sabes quién soy, ¿verdad?
-Si- contesté precipitadamente.
-Muy bien. Quiero decirte principalmente que sé una manera para que veas a tu madre. ¿Qué me dices?
- Yo … la echo de menos.
-Lo sé. Por eso te estoy dando la oportunidad de poder verla.
-¿Y qué tengo que hacer?
Volví a oír su risa.
-¿Quieres mucho a tu madre, verdad?
Asentí lentamente.
-Lo que tienes que hacer es entregarme tu alma.
-No puedo hacer eso.
-Claro que puedes. Ariana y Alex lo hicieron, tú también puedes. Créeme, si no las hubieras clavado esa espada, podrían seguir viviendo igual, de hecho, podrían vivir mejor que ahora…
¿Ariana y Alex habían entregado sus almas a aquella mujer? Eso era imposible. Ellas eran felices, no había ninguna razón para hacer aquella tontería. Algo tramaba esa mujer, tramaba algo que no me gustaba.
-No voy a entregarte mi alma.
-Sabía que ibas a decir eso. Eres igualita a tu madre- Me estremecí. No sabía qué pretendía-. Pues escúchame muy bien, Liza; tarde o temprano, querrás darme tu alma.
-No, ni tarde ni nunca. ¡Nunca te daré mi alma!
-Eso ya lo veremos, por ahora eres muy feliz, pero haré todo lo posible por conseguir ese alma tan bonito que tienes.
-No lo entiendo …
-No hay nada que entender, simplemente quiero tu alma.
-¿Por qué?- No sabía si debía de haberlo preguntado.
-Tu alma es blanca, pura como la nieve. Con tu alma podría vivir mucho tiempo, podría vivir nuevas experiencias y de hecho estaría tranquila tras haber sabido que mi vida aún valía la pena cuando estuviera realmente muerta. Si vieras mi rostro, si vieras por lo menos como estoy por dentro, lo entenderías. Mi vida es un asco. Llevo ahogándome toda mi vida, no encuentro ningún barco que me pueda ayudar.
Tu madre. ¡Oh tu madre! Ella era encantadora, éramos amigas, pero cuando se casó con el hombre más rico de Darkness dejó de hablarme para no perder su reputación. Tú no sabes cómo era la vida de tu madre antes de que nacieras, pero con lo que te he explicado, ya tienes una idea para saber cómo era su vida, cómo era nuestra vida. Nos juramos lealtad, pero ese juramento desapareció cuando la guerra llegó a Darkness. Ella me mató para salvar su vida de los Victoriosos. Esos malditos querían hacer que la gente sufriera … Si querías vivir tenías que matar a tu hermano, a una persona de tu propia raza. En aquella época, ni el más rico de todos podía salvar su vida dando la mayor de sus riquezas.
Cuando la guerra terminó, estuvo todas las noches vagabundeando por su asquerosa habitación diciendo que lo sentía mucho. Todo eso lo oía desde el otro lado. Sus llantos, las palabras que decía cuando rezaba. Se lamentaba por haberme matado. Conseguí estar en el mundo de los vivos durante unos años, gracias a que utilizaba muchos cuerpos para disfrazarme. Un día, vi a tu madre caminar por la calle. Una ira tremenda me recorrió el cuerpo cuando vi cómo aún seguía respirando. Ella notaba mi presencia, y aunque creyese que yo no era real, que era producto de su imaginación poder verme, todo ocurrió de verdad. Eso era lo que pretendía, hablarla desde el otro mundo, asustarla. Entró en estado de locura y empezó a lanzarme maldiciones, pero sus estúpidas palabras eran en vano, no iba a conseguir que me fuera tan rápidamente. Ella no quería que nadie se enterase de lo que veía … Si, tu madre estaba muy loca.
Su marido, murió tras finalizar la guerra. Años después ella había heredado la riqueza de su difunto marido y reconstruyó poco a poco su vida. Lauren, tu madre, era muy honrada. Angela, tu abuela, acogió a su hija en su casa tras saber la noticia de la muerte de su marido. Años más tarde os tuvo a Debby y a ti. Yo quería volver a vivir. Tenía envidia. Me moría de la envidia. Ella y sus dos hijas junto a su nuevo marido vivían felices en una bonita casa… Desde entonces, ya no podía acercarme a ella. Me lanzó una maldición en cuanto supo que estaba en el “mundo de los vivos” de nuevo y me devolvió a mi verdadero mundo, a lo que yo lo llamo “El otro lado”. La vida fue muy injusta conmigo, necesito volver a respirar aire fresco.
-¿Quieres que muera?
-Te pareces mucho a tu madre. No creo que se haya reencarnado en tu cuerpo, a veces pienso cómo sería mi vida si no me hubiera matado.
Esa no era la respuesta que quería escuchar. Si ella también cambiaba de tema, yo también lo iba a hacer.
-Y dime, ¿cómo te llamas?- pregunté.
Ignoró mi pregunta y siguió hablando.
-Tu madre está muerta.
-Tú también lo estás- contesté.
-Te equivocas … Yo no estoy muerta. Estoy entre la vida y la muerte, dependo de almas para poder vivir. No soy una Perseguidora, pero podría decirse que soy una especie de esa clase de persona. He matado a mucha gente para poder yo vivir, pero ninguna me ha servido para vivir largamente , o por lo menos hacer que pudiera sentir lo que realmente tocaba. Con tu alma sí puedo hacerlo…
-Si tú puedes hacer eso, ¿por qué mi madre no lo hace?
- Porque tu madre no quiere vivir.
Me quedé callada unos segundos, conteniendo una lágrima que parecía asomarse ya por mis ojos.
-No hay tiempo para lamentarse. Sé que necesitas a tu madre, y que ella te necesita a ti. Yo podría hacer todo lo posible para que la vieras.
-¿Y por qué no quiere vivir?
-Cree en la teoría de que cuando una persona muere, ya no puede vivir, y aunque pudiese, no lo haría, no volvería a volver al mundo de los “vivos”. Entonces la única manera que tienes de poder volver a verla es ir tú a su mundo, si es que quieres verla …
-Si, quiero verla.
-Entonces me tendrás que dar tu alma.
-No puedes pedirme eso. ¿Por qué mi alma?
-Porque sé que tarde o temprano querrás dármela, no querrás vivir aquí.
-Eso es mentira… Eso no ocurrirá.
-Ya lo comprobarás pronto, ahora me tengo que ir.
-No te conozco… ¿Por qué quieres matarme? Si no tienes alma, ¿cómo puedes recordar la historia que me acabas de contar? ¿Cómo puedes recordar a mi madre? ¿Cómo sabes que mi alma funcionará contigo?
-No tienes por qué conocerme. No lo sé. Simplemente no lo sé. Pero creo que esas cosas tan desastrosas, uno nunca las olvida. Por eso quiero tu alma, para olvidar y seguir recordando, a lo mejor no consigo olvidarlo ya que eso ya forma parte de mí, pero quiero volver a vivir. Estoy segura de que tu alma me servirá, si no, yo no estaría aquí, hablándote en este sueño. Parece ser que ya tengo una buena manera de comunicarme contigo, Liza. Me tengo que ir, ya nos veremos pronto, cuando tomes la decisión. Tómate el tiempo que quieras …
-¡Espera!- No sé cómo tuve el valor de decir aquello en vez de dejarla ir de mi sueño - ¿Era aquel tu verdadero rostro, la cara que vi la primera vez que nos vimos?
-No, ese cuerpo lo cogí de una señora llamada Julieta, una Perseguidora. Créeme, tengo muchos rostros y creo que eso es en lo que se basa este mundo: Las personas tenemos dos rostros, o mejor dicho, podemos tener los rostros que queramos, podemos ocultar o no cosas … Todos tenemos un secreto en el fondo de nuestro alma, y mi alma se ha ido, llevándose consigo ese secreto que tenía guardado bajo llave. Pero lo agradezco…



Abrí los ojos precipitadamente. Dicho esto, la mujer se evaporó de mi cabeza. Ya no la podía oír …
No me podía creer lo que había dicho anteriormente sobre mi madre. ¿Ella no quería vivir? Cualquier persona muerta querría vivir otra vez … Como ella, la mujer que tenía muchos rostros. Ella había sido sincera conmigo, pero no me había dicho una cosa que quería saber pero a la vez algo en mí me decía que no debería de saberlo: ¿Cómo había muerto mi madre? ¿Por qué había muerto? Si quería que me arrepintiese de vivir, sólo necesitaba contestarme aquellas preguntas. Giré la cabeza hacia el reloj y me di cuenta de que eran las ocho y media. Jack llamaba a la puerta.